LOS HUESOS, ÁTOMOS INDIVISIBLES (fragmentos)





1
Aún no llega el tiempo de la vida,
el momento en que la Entropía
cerrará sus ojos vencida por el tedio
y las certidumbres enlazarán sus manos:
los hechos-concatenados.
Y decir que no llega es creer
que la historia se escribe linealmente,
los remolinos son verticales
y los surcos existen…

2
Creer y caer, como una pieza de dominó bien puesta,
es el primer acto de fe:
el dogma de los llamados científicos.
Dios debe tanto a éstos, sus hijos,
por publicitar el principio de “causa-efecto”
Más allá de la piel hay sangre, hueso y carne
mortandad que duerme
y que posee paciencia,
como aquel santo que durmió bajo la sombra de una higuera
y despertó cuando el árbol cerró sus ojos vencido.
Falta tanto…
y lo que falta es el cálculo de nuestra voluntad que aún no despierta
y diseña en silencio el tamaño exacto
de los pasos que debe dar un hombre libre para descender de su cruz.
Mientras los científicos gozan al medir nuestros progresos.

3
Yo duermo, porque mi egoísmo es más grande
que jugar a perseguir la virtud aristotélica.
Me canso, pues no caigo en el engaño de que pèq.
¿Para qué morir hoy si no existe el apuro?
¿Para que “caer” si no existe preocupación universal con hambre de devorarnos?
¿Se preguntó todo esto el Universo cuando “descendía”?
No soy el primer místico en descubrir que el Universo es un hermano cristiano.
Cada vez que se afirma y sostiene la certeza del “entonces y cuando”
su espalda se llena de laceraciones,
ojos inversos, libertades, arañas:
piojos, alacranes y clavos.
El Universo aprieta los dientes para resistir el dolor y olvidarse del hambre
y sus huesos se asoman, porque quieren ser libres
porque “creen” que caen
y “gozan” con la posibilidad de ser.
La posibilidad de los pequeños “todos”
se da cuando Cristo cierra sus ojos, compungido, y desciende al Hades.
Es silencioso y frío el hogar de los muertos:
es la frecuencia musical que mejor despierta a los zancudos.
Hoy quiero pensar
que “ayer”, “hoy” y “mañana” no son sólo una convención desesperada.
El vórtice desciende desnudo y sueña colgado de la sombra del tiempo y cae.
Tengo fe, sino no podría ser científico.

4
Los huesos-átomos, el fósil, la memoria.
¿Qué imperio quiso fundar Demócrito?
¿Tuvo acaso la intuición que fijar fronteras
es fraguar cimientos e izar muros divisorios?
Diferenciar un ojo abierto de uno cerrado,
la noche del día
negando los atardeceres frescos,
frenando al buitre quebrantahuesos
quien rompe la estructura de las palabras,
socava los cimientos de las catedrales
y que las bocas, de hambre, se vuelvan anchas y de curvatura infinita.
¡Cómo quisiera yo beber la droga de Demócrito!
Para “observar” donde las “cosas” se tocan
y ver como huele el mar desnudo
y caer en la espiral montañosa del ammonites…


y creer y caer
y dormir y despertar iluminado
-de un manzanazo en la cabeza como cuando fui expulsado del paraíso-
hecho de cosas coherentes
de lógica y palabras
de átomos indivisibles:
esas gotas de la sangre de Cristo!
¡No puede ser de otra forma!
¡Qué sensual es la forma en que Demócrito diseñó su edén!
Todas las “cosas” se tocan y siguen siendo vírgenes
es una provocación constante,
es la tentación, el roce para el dado que rota y cae en el tablero,
el rostro de la joven ardiente que sonríe…

5
Y lo posible
es el resultado de que el Universo muestre sus huesos,
y se desgarre
en ejercicio que no se detiene nunca.
Mientras el azar se abre paso
y teme a los ojos de Cristo cuando despierta.


Hoy
unos cuantos jóvenes científicos
sonríen
al pronunciar la santa palabra:
¡azar!
¡Vaya ironía del cuerpo de Dios!
Tan lejos
ha llegado el rostro del cosmos
que unos simios
pueden sentir sus huesos.


Las rocas
que han dejado de ser húmedas
se aferran unas a otras
bajo el imperio de la hermandad urgente,
descubriendo que al unir sus temores
prefiguran la posibilidad de un dios en ellos:
hueso, sedimento, roca,
tótem,
la posibilidad cuántica de la divinidad en un Universo “discreto”, o compuesto de celdas numerables,
el politeísmo hecho de astillas que salvan del naufragio,
el vergonzoso chance de la unidad
¡otra vez el 1!,
del todo,
que obliga a los desamparados a buscar abrigo
¡vaya debilidad, por la piel y el calor gregario, que tienen los mamíferos!
Es la debilidad por la certeza.


Y el hambre,
que devora de manera inversa,
posee ojos
que lloran por la crucifixión del Universo
por milenios
aferrados al tallo de la Entropía,
bebiendo de su hiel,
su savia sulfurosa
que se escurre lacerante,
y posee cal,
y silencio
que siempre piensa bajo los árboles

6
Hesíodo expresó en su Teogonía
“en el principio fue el Caos”
y por la ley de la Entropía
el fin de todo es el desorden.


¡Qué memoria la del Universo al recordar su destino entrópico!:
la trayectoria de las frutas que caen,
las leyes físicas que surgieron cuando Él recién abría sus ojos.
Parece que el Universo posee una moral que le dicta su conducta,
una memoria del futuro y no del pasado
como nuestra biología nos hace creer.


A nuestro nivel del desgarro
nos parece todo cierto e indivisible.
Y no es que el Padre que cuelga del árbol
no recuerde el juego de las n casillas,
pues Él tiene muy buena memoria y sabe del principio de las cosas.
Por eso lleva en sus brazos,
y en todos sus rincones,
una oquedad sellada, como un ojo aletargado,
que replica al principio y cobija al caos.


Si nos ofrendamos para ser espalda, o barco de madera,
el árbol nos abre el rumbo.
y tiende los puentes para que entre gloriosa, con sus antorchas, la Horda de los Trompos.
Todo recodo pertenece al Universo,
todo rincón tiene vocación por ser ojo,
pero duermo, pues nada es eterno ni la muerte
y el fuego es posible…
Éste es un resquicio que la casilla dejó en su juego para dar oportunidad a la risa.
¡Hay que agradecer a Cristo por su vanidad!
El árbol es cruel, pero rompe la coherencia llamada círculo
para ganar espacio vital y poder sembrar semillas.
Y el espacio vacío no existe,
pues nuestra Madre, que se entrega en los brazos de la tormenta,
“sembró” en cada rincón “discreto”, o contable, una “semilla”:
la memoria perfecta.


Llegará nuestro Padre al vientre de su Madre nuevamente?
ya está muy lejos
y hablar de él es hablar de lo que no puede ser pensado.
Pero yo soy un trozo de espalda “antiguo” que cree en la fortaleza de sus huesos.
En mi juventud me fracturé un tobillo por querer ir a la velocidad del Universo.
Más tarde rompí el alma de mi cráneo
-y perdí una hija en vez de ganar una, mal imitando a Zeus que ganó a Atenea de un hachazo en la cabeza-
y permití que el tigre dormido en mí abriera sus fauces en medio de mis ojos…
No sabía entonces que en mis pulmones también habitaba el Padre
y no supe respirar.
No necesitaba ir tan lejos
para tentar al dado que zumbaba entre mis cejas esperando
a que mis ojos se durmieran.
¡Este “yo” siempre me confunde!
Y traspasé el umbral,
al que llegué, luego de rastrear la sombra que dejó el tiempo,
ese engañoso sendero, los recuerdos…
La verdadera memoria reside en lo muerto que no existe y duerme,
a la espera del momento propicio
¡qué oportunidad tengo de avizorar el apogeo del “instante”,
aquel único reloj posible!:
la hora en que el tigre viene a devorarnos,
fiel a la estética del cosmos,
a la memoria y al hambre.


¡Vaya rebelión, la de los cachorros huérfanos en cada rincón del Universo!
Mientras la Loba-Entropía desgarra a su esposo en traicionera orgía con el caos,
los lobeznos ciegos en la cueva se frotan unos a otros.
¡Así es como se talló el primer tótem!
Y por ello las tribus prefieren la noche para intimar con el fuego y crear “conciencias”.
Aúllan los átomos del Universo cuando la loba se hincha luminosa como el gran ojo de una lechuza ciega!,
porque es ciega la Madre a esta rebelión de lo posible.
(…)

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